viernes, mayo 04, 2012

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Lo terrible de ser una persona criada en la ciudad, de haber vivido siempre entre el asfalto, es que pierdes mucho de supervivencia. Me explico cuando vives en una gran ciudad casi todo lo solucionas a golpe de teléfono, miras la guía o las páginas amarillas y si tienes un problema allí encuentras casi siempre solución (joer parece un anuncio de telefónica). Necesitas un electricista, un fontanero, un carpintero, un instalador de algo, a golpe de página y teléfono solucionas. Si por casualidad necesitas comprar algo, en la gran ciudad tienes casi de todo o todo. Por eso cuando un urbanita se traslada al medio rural al principio parece confiado, con la prepotencia de que todo irá bien y sabrá campear los posibles problemas que salgan a su paso. Que error más grande.
Yo lo empecé a ver sobre las 5 de la madrugada. Dormía plácidamente, hasta parecía que disfrutaba de un hermoso sueño, cuando empecé a sentir una humedad en la almohada y al cambiar de posición una gota se estrello sobre mi cara y acto seguido otra. Abrí los ojos mirando a la negrura de la habitación y tanteando como pude encendí la luz de la mesilla. Arriba, en el techo, una grandiosa mancha de humedad se extendía y una gota amenazaba con caer de nuevo. Maldije y volví a maldecir mientras me lanzaba fuera de la cama. Allí de pie, mirando la gotera, no sabía qué hacer. Recordé que en el maletero del coche tenía un paraguas enorme de una promoción publicitaria de una marca de telefonía y sin pensarlo dos veces salí el coche. Como era de esperar al cruzar la puerta de la casilla un enorme diluvio me atrapo. De mis labios salió un nuevo improperio, no atinaba a abrir el maletero del coche y cuando lo conseguí mi cuerpo estaba empapado como si hubiese salido de una piscina. Abrí el paraguas aunque ya poco me iba a servir y fui de nuevo a la casilla. Ya en la habitación pues el paraguas abierto sobre la cama, me seque con una toalla y apagando la luz me volví a meter en la cama. En plena oscuridad me puse a pensar en lo ridículo que debía ser estar en una habitación con un paraguas cubriendo una gotera y sonando un chop-chop continuo que apenas dejaba conciliar el sueño.

Sobre eso de las 7 de la mañana dejo de caer agua y yo despejado estaba en pie con una taza de café en las manos. Mire la gotera, la mancha de humedad cubría casi toda la pequeña habitación y yo pensé que como coño solucionaba el tema. Tendría que subir al tejado buscar donde estaba el agujero que permitía entrar el agua y taparlo de alguna manera. Pero yo no tenía ni idea de tejados ni goteras, lo más fácil es que al subir al tejado me cargara la mayoría de las tejas, que por cierto vista la casilla tendrían más de cien años.

Así que la mejor solución era hablar con mi nuevo casero. Me dirigí al bar mirando la calle embarrada y los pequeños regueros de agua que aun corrían buscando desaparecer por algún punto. Mi casero al verme entrar ya supuso algo y con media sonrisa me pregunto si tenía algún percance. Le explique lo pasado y yo creo que por dentro se partía de la risa al oírme contar mi desventura. Rápidamente empezó a darme solución comentándome que los personajillos de ciudad nos ahogábamos en un charco de agua. Me dijo que cuando pasara este mal tiempo me ayudaría a remover el tejado y cambiar las tejas que hubiese rotas que por eso sería la gotera no por ningún supuesto agujero en el tejado, que para pasar el trago o los tragos venideros y que no estuviera duchándome todas las noches que faltaban de lluvia pusiera una buena y gran bolsa de basura canalizada a un cubo y así evitaría mojarme mientras durmiera. La bolsa y el cubo me los proporciono él. Así que invitándome a un café dio por zanjado el asunto y yo si querer meter más cizaña también lo di por acabado.

Otra de mis odiseas fue empezar a limpiar el huerto. En mi vida me había visto en una así. Creo que las zarzas, mala hierbas y demás plantas autóctonas del lugar se dieron un festín con mi cuerpo, dejándolo lleno de arañazos, urticarias y demás heridas poco mencionables. También las herramientas dieron cuenta de mí y de mis manos. La azada creo en mí, aparte de un buen dolor de riñones, unas buenas ampollas en mis manos poco acostumbradas a las labores de campo. Y para qué hablar de rastrillos, carretillas, palas y demás útiles de limpieza campestre.
Pero aunque destrozado por lo menos se que ahora tengo un proyecto de huerto, que si consigo abonas, cavar, plantar, sembrar o lo que coño se haga con él, mañana tendré algo que me sustente de verduras.

Y como siempre digo, mañana… lo que se dice mañana… no voy a morir. Vamos a no ser que esta vida rural que he iniciado acabe conmigo.

Sueño

Velando a la rosa

mis labios dibujan
los besos ingenuos
que alimentaron el pasado.
Tal vez mi boca
vuele hacia la ventana
con los pétalos caídos
de la infortunada rosa.
Y ella
y ellos
en la mañana,
fecunden de nuevo
sumisos
tu cuerpo.