lunes, abril 30, 2012

Inicio


Dicen que las derrotas saben amargas. Las mías no tienen sabor, son insípidas. Ello debe ser porque ya acumulo tantas a mis espaldas que he perdido su sabor. Cuando salí de casa, mejor dicho de mi excasa, no quise mirar atrás, al fin y al cabo tampoco dejaba nada importante atrás. Si, es cierto, tal vez dejaba algunos recuerdos, algunas gratas horas guardadas entre sus paredes. Pero era igual eso ya me lo llevaba guardado dentro de mí y nadie me lo podría quitar.

No tenía ni idea de dónde ir. Ni siquiera sabía si volver al nido paternal. Pero joder, con 50 tacos y volver a casa de papa y mama era ya lo último que deseaba. Así que pille coche y me dispuse a hacer kilómetros para donde fuera sin rumbo fijo y allí donde se parara el motor allí empezaría de nuevo.

Al cabo de unas horas de viaje, estaba perdido en una carretera secundaria, en una zona  que emulando al quijote ahora no quiero acordarme.  Se veía un desvió a la derecha, con el nombre de un pueblo y me dije vamos allá poco podemos perder. Según me iba acercando se veían unas pocas construcciones, casi todas de piedra y tejados de teja antigua. Había pocas y la que mas destacaba era la iglesia. Cuando entre al pueblo aparque en lo que parecía la plaza mayor. En ella destacaba una fuente con varios caños de los cuales manaba un grueso torrente de agua.

Baje del coche, estire mi cuerpo y mire  a mí alrededor. No parecía haber nadie. Estaba todo desierto y eso era cómodo para mí.  Examinado los alrededores descubrí entre unos soportales un pequeño cartel que parecía anunciar un bar-colmado. Allí lleve mis pasos.

Al entrar  parecía oscuro y como si allí no hubiese vida y de repente sonó un carraspeo y voz que decía “un momento, ya salgo”.

Al momento salió por una pequeña puerta un señor mayor. Tendría unos sesenta y largos años por lo que calcule. Le di los buenos días, él respondió lo mismo y pregunto si deseaba algo. Le dije que acababa de llegar y que si podía indicarme si había algún tipo de pensión, hotel o albergue donde poder pasar una temporada. Me miro con cara de sorpresa y carraspeando me indico que el pueblo era pequeño y que si quería estar de vacaciones lo mejor es que fuera al pueblo vecino a unos 15 km que era más grande y tenia mas servicios. Le explique que no quería un lugar con mas servicio y mas grade, que me había agradado el pueblo y si había posibilidad de encontrar alojamiento o alquilar una casa. Me dijo que la mayoría de las casas estaban deshabitadas, que pertenecían a gente que ya no estaba en el pueblo aunque aparecían de pascuas a ramos. Algunas de ellas eran de familiares de vecinos del pueblo ya muertos que Vivian en el extranjero y nunca o casi nunca aparecían por allí, pero si estaba muy interesado en quedarme una temporada el me dejaba una pequeña casilla que tenía casi a las afueras del pueblo, no era mucha cosa pero podía valerme para una temporada. Acepte encantado.

Verdaderamente era un pueblo pequeño, los habitantes podían contarse con los dedos de manos y pies. Cuando me instale en la casilla vi que era confortable aunque pequeña. Un cuarto de baño, una pequeña habitación, el salón que también hacia las veces de cocina y poco más. Pero bueno tampoco yo pedía una mansión, en mi situación actual eso me valía. Además el precio de alquiler no era nada, el hombre solo me pidió que mantuviera la casa y hacerle algunos arreglillos mientras la habitase. En el exterior de la casilla, pegado a ella había una pequeña cuadra, se veía que en tiempos había sido usada para albergar algún mulo, burro o asnillo, también parecía haber tenido de inquilinas a algunas gallinas por que se veían unos rústicos nidales en la pared.  Al otro lado de la cuadra, delimitado por un desvencijado y medio derruido muro de piedra se vislumbraba un pequeño terreno, ahora invadido de malas hierbas, zarzas y matojos. Parecía haber sido un huerto y bien pensado si se limpiaba y reparaba el muro podría volver a serlo.

Bien, me dije, es un comienzo, un inicio. Un pueblo pequeño, casi deshabitado, una casa pequeña, un tarrilla solitario, que más se puede desear. Con 50 tacos, sin trabajo, sin nada que nos pueda atar, que mejor que intentarlo.

Y así, con la negrura creciente de la noche arropándome, exhale un suspiro y me dije, mañana… lo que se dice mañana… no voy a morir.

sábado, abril 28, 2012

Inicio


Ya era la segunda caída. Esta seguramente más catastrófica que la primera y eso que costo volver a levantarse.  Pero claro al ser más joven todo parece más fácil o todo se ve de manera más inconsciente y no da miedo.

Esta vez es diferente. Uno ya es mayor, por no decir viejo. Carga 50 años a las espaldas aunque algunos dirán que eso es juventud todavía. Y una mierda. 50 tacos son lo que son y en esta sociedad es una carga. La peña joven te mira y te llama tarrilla, las mujeres jóvenes viejo y las cercanas a tu edad madurito y otras baboso. Los de tu edad te llaman colega, pero por dentro piensan que está hecho una pena y los que son más mayores que tú te dicen que aun estas en edad de merecer. ¿De merecer qué? ¿Un palo?

La verdad es que tú te miras al espejo y te ves viejo, decrepito, acabado. Si hay que reconocerlo, en los tiempos que vivimos ya eres una piltrafa. Encima si no tienes oficio ni beneficio.

Ahora aquí sentando frente al televisor, hago examen de de lo que soy y tengo. No tengo nada. Pero nada de nada. Ni trabajo, ni dinero, ni casa, propiedades. ¡Joder! Es que soy una verdadera ruina.

No quiero ni pensar en lo me va a suceder, hoy quiero vivir al día. Pero… ¿me dejaran? La cosa esta difícil, en mi situación todo es peor. Las pocas manos amigas han ido desapareciendo, más bien las he ido largando de mi lado. Mi carácter con el paso del tiempo se ha ido agriando y con ello la soledad ha ido creciendo. Pero el caso es que ahora realmente estoy solo. Y sin dinero que al parecer es lo más jodido.

Si tienes dinero todo parece más fácil, la vida te sonríe, pero si no lo tienes… ¡Ay chiquito! Ya te puedes echar a temblar.

Tengo que tomar una decisión. Mañana me largan de esta casa y no sé dónde voy a parar. Realmente no me apetece volver a los cartones. La calle ya la conozco y sé que si vuelvo a ella no me dejara salir.

¡Joder! ¿Por qué ser viejo es tan difícil? ¿Cómo es que me he convertido en un inútil?

Mañana me largan de aquí y no tengo una puñetera copa que llevarme a los labios para ahogar mis miedos.

Pero mañana… lo que se dice mañana… no voy a morir.